jueves, 18 de diciembre de 2008

Grito mental

Por: Nerliny Carucí

"Prefiero molestar con la verdad
que complacer con adulaciones".
Lucio Anneo Séneca

No había para mí un contraste más cautivador: la adulación sinónimo de lealtad. Atrapar las pistas se convirtió en una ansiedad vivificadora que me permitiría tener la certeza y configurar mi tesis.
No tuve necesidad de esperar mucho tiempo. A los pocos días de la pesquisa, durante una alocución presidencial, pude decepcionarme con un remoto signo de locura que, ante la siniestra confusión entre la lealtad y el servilismo, terminó por demostrar la crisis de la desesperación, así como la ausencia de reflexiones ideológicas densas y resistentes ante el peso de la contrargumentación.
Allí estaba, con sus palabras hundiendo su inteligencia (¿y la mía?), insistiendo en que cualquier persona que no actuara según las órdenes de Él (el máximo líder de la Revolución), inmediatamente, se convertía en un opositor apátrida, contrarrevolucionario y hasta en un pitiyanqui de… (Opté por ignorar el descalificativo que seguía, porque me atormentaría por siempre el haberme obligado a citar, textualmente, una palabra que desagrada a mi pluma).
Pero sí; eso era todo: simplemente, el hecho de pensar diferente y no aceptar “¡TODAS LAS VERDADES!” de un superior (¿el Superior?); el hecho de ser disidente, me hacía contrarrevolucionaria; por supuesto, con la sarta de insultos que podía surgir de la garganta del Magno.
Tuve la sensación de un grito mental.
Sin embargo, agradecí aquella revelación. Confieso que le tengo terror a los silencios: a que la gente obedezca sin siquiera meditar. Por eso, me sentí sola, ahogándome entre tanta mudez; resbalando sin que a ninguno pareciera importarle. Por fortuna, la templanza que mis maestros y mis padres le dieron a mi alma en mi niñez me ayudó –aun en el aturdimiento- a decidir con rigor:

Si por pensar diferente, me vuelvo una "pitiyanqui", prefiero ser una "pitiyanqui" rebelde y reflexiva, antes de convertirme en una "revolucionaria" servilista: que asume ideas que no comparte, se calla frente a conductas incoherentes o dice un discurso que no siente; sólo para no quedar fuera de juego.

Lo propicio sería preguntarnos: ¿cuáles son los límites para que, manteniendo la lealtad, no lleguemos a convertirnos en aduladores? O ¿quién dice que estoy en contra de la Revolución, sólo por ejercer la autocrítica? ¿No podemos acaso decir las verdades sin dejar de ser leales? O, tal vez, ¿será que para ser revolucionarios (y no traidores) debemos guardar silencios cómplices frente al mal y ser hipócritas con lo que predicamos?
Juzguen ustedes y no yo. Arrodillarse no da luz.