lunes, 1 de septiembre de 2008

Hacer bien contra el error

Por: Nerliny Carucí

Una de las frases que caracteriza al alcalde Clemente Scotto es la de educar y fortalecer las relaciones humanas para elevar la conciencia política de la gente. En su afán de darle rostro a la Revolución Bolivariana (impulsada por el presidente Chávez) en el municipio Caroní, a comienzos del año 2008, la máxima autoridad local se planteó la posibilidad de ejecutar un Plan Especial de atención a los familiares de los reclusos del Centro Penitenciario de Oriente “El Dorado”, que propiciara espacios de encuentro y reflexión entre los miembros de las familias; así como la facilitación del traslado hasta este antiguo recinto penitenciario.
Tales acciones se llevarían adelante en el cuadro de posiciones perteneciente al programa de “Abordaje psicosocial a núcleos familiares en situaciones especiales”, que canalizó la Unidad de Fortalecimiento a la Familia, adscrita a la Coordinación de Desarrollo Social de la Municipalidad.
Según el alcalde Scotto, era necesario conseguir un medio de transporte para los familiares de los internos, dadas las condiciones geográficas, económicas y sociales que implica trasladarse hasta dicha cárcel venezolana. Para él, este Plan constituye una forma de luchar contra el error, llevando mensajes restauradores y haciendo gestos de amor coherentes con las políticas socialistas.
Más que poner palabras más o palabras menos sobre las fibras humanas que tejen el Plan de Abordaje de la Alcaldía de Caroní, se quiso elaborar una historia que se contara por sí misma, entre los impulsos del traslado hasta esa cárcel con leyenda.
Eso fue lo que la periodista Nerliny Carucí intentó alcanzar, contrastando la certeza de lo dado, con las dudas de lo vivido, en una crónica de cuando todo está hecho para hacer el bien.


Las ventanas del dolor

Dad palabra al dolor:
el dolor que no habla
gime en el corazón
hasta que lo rompe.
William Shakespeare

Apenas son las 5:30 de la tarde. Dos horas después es la hora fijada para que llegue el bus que recogerá a los familiares de los presos de El Dorado en el Terminal de San Félix. Es la señal de costumbre. En Ciudad Guayana, empieza a caer la noche del 22 de agosto, fecha de júbilo para las madres, hermanas, hermanos, novias, esposas, concubinas y cualquier otro familiar cercano que irán a ver a ese ser querido que se halla recluido en la cárcel de El Dorado. Se trata de una gran noticia: tener la oportunidad de materializar el sueño de reencontrarse con el hijo, el hermano, el padre o el amor que está encerrado en prisión.
Los viajeros no duermen en toda la noche. Quienes lo hacen, logran cerrar los ojos por ratos muy breves. Están ansiosos de llegar al pueblo de El Dorado.
Mañana es día de visita en la cárcel.
Un fin de semana de cada mes, por instrucciones precisas del alcalde Clemente Scotto, se comenzó a facilitar el traslado de personas que tienen a algún pariente en el Centro Penitenciario de Oriente.
Ésta es una faena dura. Hoy es el quinto viaje formal. El Tucaroní aparece a las 8 y 10 minutos de la noche y parte a las 8:24 minutos. “Vamos a buena hora”, dice Argenis -el chofer que ya ha ido en dos ocasiones más-. El equipo que inició el programa desde la Unidad de Fortalecimiento a la Familia de Almacaroní se ha venido turnando, en cada viaje. El trayecto no es nada fácil en autobús y menos si no se va en ruta directa hasta el pueblo. Con la iniciativa del alcalde se ha tornado un poco más llevadera la movilización. A pesar de que el Tucaroní no tiene condiciones de un carro cinco estrellas, allí viajan tranquilos y cómodos, con la solidaridad de quienes comparten la alegría y el dolor de tener algún preso.
A los 17 familiares que, este viernes viajan en el Tucaroní, los une una entrañable felicidad por ir a ver a su gente y una tristeza enorme por tener que dejarlos allá. Para la Alcaldía, el traslado significa una responsabilidad titánica. La meta consiste en renovar los lazos familiares de hogares con trances especiales. Para los familiares, es el compromiso de hacer este viaje por amor a sus seres queridos.
En una aventura de 4 horas y media, en autobús, un tanto tormentosa y muy poco accesible para la gente de escasos recursos económicos; llegar hasta el Centro Penitenciario de Oriente “El Dorado” se convierte en una “gran bendición” para los familiares de los internos de este reclusorio, ubicado en el municipio Sifontes.
Ya comienzan a escucharse sus historias. La mayoría de los viajeros lleva cerca de cuatro semanas de desvelo.
- ¿Cómo estará Hugo?
- ¿Habrá bajado al pueblo José?
- ¿Hugo pasará, pronto, la prueba psicotécnica?
Así, se van contando sus angustias. En ocasiones, se oyen risas por alguna situación jocosa. A veces sólo se nota una tristeza muda. En otros viajes van 25, 20, 15 familiares; este fin van 17; pero lo importante es que de unos 69 reos que pertenecen a la jurisdicción de Caroní, casi el 30 por ciento está recibiendo su visita mensual, gracias al apoyo de la Alcaldía de Caroní y, en especial, al trabajo de la Unidad de Fortalecimiento a la Familia.

Una cárcel con historia
La Cárcel de El Dorado, ha venido cambiando. Fue uno de los recintos carcelarios más sonados del país, por las grotescas masacres y las continuas violaciones a los derechos humanos de los internos. Entre los familiares, se habla de las últimas masacres ocurridas a finales de los 90’. Las circunstancias ahora son otras. La Casa Amarilla, conocida como una gran celda de castigo, tortura y muerte, fue cerrada. De 500 y 600 prisioneros aproximadamente, hoy quedan 87: 57 de ellos se encuentran en la Máxima, que es el área de mayor seguridad; y 30 están en el Anexo, un espacio abierto a las orillas del río Cuyuní, que parece una granja.
Las autoridades han venido trabajando en la humanización de la Cárcel. En El Dorado, a pesar de que como dice una de las familiares “no es tan Dorado como parece”, la transformación está en marcha. Ahora, no es un lugar gris, más bien es verde. Y es que además de los ojos brillantes y las sonrisas en las caras de los reclusos cuando ven arribar a sus familiares; los reos han venido desmalezando y sembrando el campo dentro del Centro Penitenciario. Incluso, hay 11 internos que salen a trabajar al pueblo, a las 7 de la mañana, de lunes a sábado, y regresan a las 5 de la tarde. Unos fabrican artesanías; otros cocinan y atienden una panadería, tras haber sido formados por el Instituto Nacional de Capacitación y Educación Socialista (Inces); y otros trabajan, por su cuenta, con algún puesto de mercancía informal.
El sub-director encargado de la prisión, David Romero, un caroreño que empezó desde abajo, explica que El Dorado, en los actuales momentos, significa “aprender a vivir”, tener la oportunidad de reconocer los errores, levantarse y permanecer de pie. El funcionario admite que, la prisión nunca es placentera. “Aún se necesita seguir avanzando, pero eso también depende de la conducta de los presos de la Máxima y del Anexo, y del apoyo de la gente de afuera”, nos dice, mientras nos hace un recorrido por el reclusorio.

Dos voces emotivas sobre el dolor
En la parada de El Cintillo, antes de llegar a El Callao, “Elena”, una de los familiares que quiso que la llamáramos así, afirma con convicción que, el traslado municipal hasta el Dorado es una experiencia única en la historia. “Primer alcalde que hace este programa y que se ha mantenido… beneficiando a personas que ni siquiera tienen dinero para comer, ni quedarse en el hotel”, enfatiza la joven, mirando a sus demás compañeras de viaje.
Al preguntarles sobre el personaje más pintoresco, todas se voltean a observar a Juana. Con su voz ronca, la señora -que ya supera la mitad del siglo, pero que mantiene la energía y la alegría de una veinteañera- se carcajea fuertemente y hace reír a las demás. Luego, con una postura seria, como mirando al horizonte, expresa que ir a visitar a un familiar preso es darle una segunda oportunidad y ayudarlo a mantenerse firme. “Todos podemos cometer errores, mas hay que aprender a perdonar y a sanar los corazones”.

El viaje prodigioso
Ya han pasado casi 36 horas de la salida de San Félix. Es domingo. El último día de la visita. Los presos tratan de cambiar su presente al revés. José Luis Ovalles, uno de los internos que ya goza del beneficio de salir a trabajar en el pueblo, agradece ampliamente por la oportunidad de ver, con más frecuencia, rostros familiares. Con sus ojos claros mirando a los otros reos, como buscando su respaldo, pide que los viajes se hagan, al menos, cada 15 días, para poder compartir más tiempo con sus allegados.
Ovalles dice que el Anexo en El Dorado es como tener un pie hacia la reinserción y el Dorado siempre será El Dorado…
De regreso, María Leal, planificadora de la Oficina de Fortalecimiento, declara que los trabajadores sociales de la Alcaldía se turnan para acompañar a los familiares de los reclusos en cada viaje. “Se conoce todo tipo de personas. Diferentes caracteres… Todos dicen que sus familiares son inocentes, quizás sea por la misma esperanza que tienen de que sea así”, aclara.
Ya todos van callados. Como meditando en lo que pasó y planeando lo que harán en la nueva peregrinación. Es domingo 24 de agosto. Yo, mientras tanto, pienso en las palabras que el alcalde me dijera una vez:
- En Caroní, la Revolución tiene rostro y cuando le miramos el rostro, vemos el sufrimiento de la gente, de la que está allá en El Dorado, huérfana de afecto, y de la que está aquí en la ciudad privada del cariño de un ser querido, culpable de transgresión social; y las limitaciones de la distancia y otros elementos brutales, como el estigma, hacen que muchos se retraigan de ir a darle la mano al caído, con lo cual se aumenta el pesar de todos y todas… Ese viaje, es superar el dolor y el sufrimiento de la gente, ayudándoles a encontrarse, a mirarse y a ser solidarios unos con otros para multiplicarse en la capacidad de acción y en la cura del sufrimiento.
Y sí, a las 10 de la noche, al final del viaje a El Dorado, reelaboro esa gran verdad. El amor, la palabra y la acción deben andar revueltos en la Revolución.