viernes, 6 de junio de 2008

El gran teatro secreto

Carta socializadora a los fabricantes de fantasmas y a los actores mágicos

Por: Nerliny Carucí*

Las cabezas bajas, las bocas susurrantes
leen y repiten las arrugas”.
Reina Ramona Álvarez de Casas,
Mantis Religiosa

La socialización decide la suerte de nuestra existencia. Lo social es un juego en marcha que nada no lo detiene, sino la acción individual sostenida de crear, innovar, hablar y escribir ante los esquemas secretos del gran de teatro del mundo.
Puede decirse que en el intervalo de tiempo, desde que nacemos hasta que comenzamos a reflexionar sobre nuestra ubicación y acción en el guión social, ya nos ha atravesado un amasijo de contradicciones que nos da mucho que hacer, puesto que designa un cuerpo habituado a ciertas acepciones prefiguradas.
Tenti (2002) explica que, de acuerdo con el esquema tradicional de la socialización, la sociedad se encarga de moldear y producir individuos concretos para unos fines determinados. No obstante, con la aparición de las teorías modernas se rechaza esta visión unidireccional y se concibe una relación bidireccional que permite que el individuo no sólo interiorice la exterioridad inmediata, sino que, paralelamente, sea constructor de su realidad social.
Dentro la última perspectiva, hay diversas y desiguales definiciones de socialización, pero a mí en lo particular la que más me ha gustado es una que popularizó la Doctrina Social Católica (aunque no profeso esa religión) a través de la Encíclica Mater et Magistra, capítulos 18 y 19, de Juan XIII, y es la siguiente: “Un progresivo multiplicarse de las relaciones de convivencia…”. Y, justamente, creo que de eso se trata, de relaciones de coexistencia que requieren de dinámicas dialécticas para recrear el mundo.
Estamos conscientes de que existe una dualidad. Por un lado, soñamos y actuamos para transformar nuestro entorno y, por otro, somos partícipes de una estructura social que nos arrastra, una aparataje de poder que nos domina. Como diría Freire (1993):
"La asunción no es cosa fácil de ser hecha. Es una cosa difícil. Entonces a veces, en lugar de la asunción, preferimos la acomodación, y en la acomodación, si yo experimento poner mis dos pies totalmente fuera del sistema yo me frego; si yo pongo mis dos pies solamente dentro del sistema yo soy absorbido por él. El otro riesgo que corremos al no asumir es el de caer en una posición cínica. Por ejemplo, yo escucho sobre todo en gentes de mi edad que después de mucha lucha se cansó, y asume una postura cínica, y hace discursos como éste: "Ya hice lo que pude; trabajé, me expuse, perdí algunos empleos, y ahora yo necesito hacer plata, y cabe a los jóvenes que vienen trabajar y cumplir su deber". Esto es para mí cinismo. Un cinismo que está asociado a una posición que yo llamo de desesperación".
Esa desesperación de la que nos habla Freire (op. cit) a todos nos ha invadido, alguna vez, cuando sentimos que no estamos en sintonía con el contexto (lo que algunos llaman el malestar en la barbarie). Incluso, en ocasiones, nos llegan a llamar desadaptados, meramente, porque no nos dejamos llevar por la corriente como autómatas. Lo único que se suma a nuestro favor es cuando logramos desarrollar capacidades emergentes para decidir y asumir retos en lugar de acomodarnos cuando vemos que la constante es, la desarticulación entre las configuraciones de la subjetividad para los cuales fuimos formados y las exigencias de las condiciones socio-político y culturales actuales.
Necesitamos aprehender el lenguaje para poder actuar y asumir un rol transformador que vaya más allá de cambiar nuestras maneras de pensar y comience a cambiar, en cierta medida, las circunstancias de las cuales yo -como ser activo- formo parte. Desde temprana edad, los individuos necesitamos confiar en nuestro lenguaje, amarlo, abrazarlo, porque sólo existimos en él y para él.
Los humanos precisamos de aprender a leer, oír, escribir y hablar para poder ir gestando competencias especializadas en nuestro interior que hagan posible que no seamos agentes supersocializados, sino actores proactivos de las transformaciones que ocurran en nuestro universo. Fraccionando las actividades que acabamos de mencionar para lograr el fortalecimiento de nuestras capacidades, podríamos decir que, por ejemplo, la gente que menos lee es la que menos capacidad tiene de asumir posturas críticas, por cuanto no está segura de nada: primero, pues no conoce lo que ocurre en su entorno y, segundo, porque no se ha apropiado del lenguaje. Por lo tanto, se convierte en la gente más vulnerable de alienar.

Síntomas de mala sintonía
Las ideologías dominantes y sus razones políticas provocan un retraso en el desarrollo de estas habilidades, para seguir agravando la fórmula de Pascal (citada por Tenti, 2002) de ir arrastrando nuestros cuerpos, sin que éstos piensen. Ya hace un tiempo, me di cuenta de que hay silencios cómplices que no nos dejan pensar. Existen intereses ocultos que desean que tú permanezcas en la ignorancia y que tu conciencia siga adormecida. Bueno, uno de mis profesores en el Postgrado, César Lanz (2007), estuvo hablándonos sobre las ideologías ocultas, subyacentes a la educación y que, durante años, la han amarrado a una praxis vacía que se limita a copiar o reproducir patrones acartonados que forman estudiantes sin convicciones políticas, casi parecidos a unos zombis cuyos pensamientos no hacen más que repetir lo dicho por los eruditos, sin detenerse a cuestionar sus planteamientos.
Y meses después, reflexionando, recuerdo que, justamente, el año pasado vimos y oímos la declaración de un grupo de estudiantes universitarios que señaló “necesitar tiempo” para prepararse para el debate político sobre el caso de RCTV con el presidente de la República, Hugo Chávez Frías, después de haber tenido casi dos semanas de protestas continuas.
En esa oportunidad, yo me pregunté: ¿Será, entonces, que ellos estaban participando de las marchas sin conocer las razones por las cuales lo estaban haciendo? No puedo ser tan mal intencionada como para dar una respuesta afirmativa, esencialmente, porque tuve la oportunidad de compartir con algunos de quienes se encontraban en las marchas en apoyo a RCTV y me expusieron razones sólidas y congruentes de por qué marchaban. Pero, sí noté, con sumo nerviosismo, cómo la gran mayoría de los jóvenes que están egresando de las universidades parece una “generación balbuciente” que no tiene el dominio de la palabra para expresar su punto de vista frente a cualquiera que piensa diferente, o más grave todavía, como que carece de posturas ideológicas propias que la distinga de las demás. Con ello no intento decir -en ningún momento- que todos los que se quedaron en aquella oportunidad en el debate de la Asamblea Nacional sí tenían argumentos; más bien creo que muchos no tenían ni siquiera idea de lo que estaban diciendo, pero al menos les brotaba por los poros el ímpetu y la potencia que debe tener cualquier estudiante para discutir sobre los cambios significativos del país.
De ahí mi inquietud de meditar sobre nuestra praxis educativa. La tendencia del sistema actual de abstraer al sujeto, impidiendo el compromiso y la solidaridad, ha propiciado en nosotros identidades borrosas de quienes somos. Uno se adhiere a la mayoría y termina sumergiéndose en el poder de las masas que derrama en las conciencias individuales y colectivas convicciones reproduccionistas. Para Habermas (citado por Pourtois y Desmet, 2006, p. 17) “el saber cotidiano transmite por la tradición y suministra las interpretaciones aplicables a las personas y a los eventos de nuestro ambiente inmediato”. Este filósofo alemán dice que “es el reservorio de evidencias y convicciones indestructibles en el que beben los participantes mediante procesos de interpretaciones cooperativas comunicacionales”. Es como el saber intuitivo para saber con qué puedo contar o cómo debo obrar frente a X o Y situaciones; en otras palabras, patrones que median nuestra manera de comportarnos y se traducen en prácticas copiadas de otros, o en comportamientos abúlicos ante lo que realmente demanda de nuestra implicación y participación.

El silencio normalizado
Con frecuencia, nos encontramos con escenarios donde los protagonistas dicen no haber vivido ni haber visto nada y prefieren guardar un silencio soso, como si creyeran que quedándose callados no se están metiendo en política, sin darse cuenta de que como dice Gutiérrez (1984), “callar lo que debe ser proclamado es hacer política hipócrita” (señores). Muchos oprimidos se limitan a murmurar entre ellos: “Esto no sirve”, “aquello tampoco”, pero no hacen nada para inducir cambios y, más grave aún, cuando tienen la oportunidad de debatir y alzar sus voces en espacios públicos, a través de los medios de comunicación social, sólo se encargan de repetir las ideas de otros o prefieren bajar la cabeza. Como diría Reina Ramona Álvarez de Casas en Mantis Religiosa: “Éste es un pueblo que habla bajo, que descubre, no piensa, cree, asombra, susurra”.
Ahora, si bien ésta es una fracción de la realidad de la cual somos parte, también debemos tener presente que nosotros somos quienes creamos el mundo. La realidad no toma forma hasta tanto nosotros no le demos un perfil. Larrosa (2000) describe esta apertura al mundo así:
“El vacío dentro de mí, y ante mí la sinceridad: es decir, por fin estoy vacío, y ante mí todo está abierto, con sus colores sus formas, en su multiplicidad y su unidad, en su tiempo, que ahora se ha convertido también en el mío”. (p. 50)
La manifestación del mundo la pintamos nosotros con los colores que tengamos, de acuerdo con nuestras percepciones, convicciones, saberes y experiencias previos. Mientras no entendamos que, la educación es una práctica que desencadena el más alto nivel de empatía entre el pensamiento y la acción y, a la par, remite al cuestionamiento de la misma praxis educativa y de los postulados que justifican la práctica socio-pedagógica, así como a la exploración del significado de la realización humana; la educación, seguirá careciendo de su principio ético, la libertad: la libertad para reconstruir.

La escuela de la historia
Sin embargo, resulta preciso tener en consideración que, nuestro mundo es cambiante y sólo puestos en perspectiva histórica, los perfiles pedagógicos cruzados por los valores y nuestros matices subjetivos, pueden ayudar a alimentar procesos de transformación que nos conduzcan a la sociedad que aspiramos. Cervantes escribió (Don Quijote, primera parte, noveno capítulo): ... la verdad cuya madre es la historia, émula del tiempo, depósito de las acciones, testigo de lo pasado, ejemplo y aviso de lo presente, advertencia de lo por venir. En este pensamiento, Cervantes consagra la historia como la «madre» de la verdad. De ahí que no se pueda tener una verdad consensuada, si no deslizamos nuestras manos en los archivos históricos. La verdad histórica, para nosotros debe convertirse en la base para comenzar a repensar la educación y la comunicación actuales, las cuales se unan y persigan la emancipación de las mentes de los individuos.
Uno de los sacerdotes de Fe y Alegría, Padre Jorge Cela (2005, II Plan Global de Desarrollo y Fortalecimiento Institucional 2005-2009, p. 40) escribió: “Dicen que quien tiene un mapa no se pierde. Pero la historia nos permite ser más creativos que la geografía. La vida nos permite crear nuestras metas e inventar las rutas para llegar a ellas. Y en el camino nos vamos haciendo mientras construimos lo que buscamos (…). Quien es capaz de soñar sin despegar los pies de la tierra, de reconocer su contexto sin dejarse abrumar por él, abre nuevos caminos”. No hay que quedarse a esperar el país que tememos, sino que hay que construir el país que queremos y no lo vamos a hacer mientras no hurguemos en nuestra historia y permanezcamos, simplemente, con ideas compradas, y mucho menos si no reflexionamos sobre a qué intereses estamos sirviendo nosotros. De igual manera, no se puede pretender alienar a las personas que piensan diferentes a nosotros y caer en la degradación de los demás, nomás por no contar con argumentos sólidos que me permiten sostener mi postura ideológica, mi filosofía o epistemología. Hasta tanto no nos dediquemos a conocernos a nosotros mismos y a conocer a los demás, superando la individualidad, no penetraremos las venas de nuestro presente y menos aún podremos reconocernos en nuestro pasado.
De pronto, ya estamos inmersos en un sistema y, como ya sabemos, la energía total de un sistema siempre se conserva; pero también hemos escuchado que, la energía puede transferirse de un sistema a otro o, incluso, puede convertirse de una forma a otra de energía. Lo que debemos lograr nosotros es transmutar toda esa energía (producto de de socializaciones tergiversadas) en energía positiva que permita no sólo fomentar la educación en valores, sino que nos deje revalorizar el potencial que tenemos como seres humanos y la expresividad de nuestras raíces. Todo depende de la disposición que tengamos para el cambio y para aceptar el pensamiento de la complejidad, propuesto por el filósofo francés Edgar Morín: “Si no se cambian las formas de pensar, no se cambia nada”.
¿Pero cómo cambiamos las formas de pensar? Aproximándonos un poco a la teoría marxista, sería por medio de nuestras acciones que son las que determinan cómo pensamos. Las experiencias vividas y compartidas dejan trazos indelebles que forjan nuestras maneras de pensar y concebir el mundo. Debemos desarrollar un conjunto de condiciones para detectar el juego de intereses dominantes y asumir posturas y acciones frente a los desajustes. No podemos olvidar que, a pesar de que en nuestros tiempos se respira la necesidad de formar a los sujetos en valores (más que en ideologías), aun los planes políticos de muchos grupos continúan legitimando las creencias reproduccionistas de que se pueden formar sujetos en función de un proyecto dominante.
Este razonamiento lo podríamos reforzar con lo que dice Tenti (op. cit.) sobre la el proceso socializador y es que, en lugar de tener como objetivo la formación de un “hombre ideal”, que haga “esto y lo otro”, conforme a un proyecto específico, se debe mediar para educar ciudadanos plurales: agentes sociales que asuman posturas y acciones que reviertan los mecanismos de dominación reproduccionistas y generadores de injusticia; individuos que piensen y hablen sin arrugas en la voz.
Debemos seguir apostando a que el diálogo es nuestra salvación, pero este diálogo debe ser una relación de altura donde coexistan suficientes racionalidades, sin ningún tipo de caretas e infiltrados que sólo quieren perforar la buena vida social. Conscientes de que, el mundo está plagado de conflictos y secretos, con más tesón necesitamos formarnos en espacios diversos, razonados y racionales.
De por sí, la racionalidad se encuentra fundamentada en el lenguaje y, a su vez, el lenguaje fundamentado en la verdad, pero en una verdad que se construye en la interrelación con los otros y que promueve la opinión pública crítica. Y para ello, lo único que yo les puedo dejar, ya en plena vivencia de mi cuarto de siglo, es lo que, con mucho esfuerzo, he logrado cultivar en mis relaciones de convivencia en el teatro social: la actitud de oír y respetar las ideas de los demás, incluso por encima de mis propios intereses ideológicos.
Espero que estas reflexiones socializadoras, de una fiel defensora de la ciudadanía, les puedan ser útiles para renovar sus espíritus, sus mentes y sus cuerpos.


* Periodista ULA-Táchira.
Cursante de la Maestría en Ciencias de la Educación.
Mención Lectura y la Escritura.
UNEG
Mayo, 2008

Referencias
Federación Internacional de Fe y Alegría (2005). II Plan Global de Desarrollo y Fortalecimiento Institucional 2005-2009. Santo Domingo.

Freire, P. (1993). El pensamiento de Paulo Freire [Documento en línea de la charla que Paulo Freire mantuvo con Ana de Quiroga en septiembre de 1993]. Disponible:
http://www.avizora.com/publicaciones/el_pensamiento_de/textos/0014_paulo_freire.htm [Consulta: 2008, mayo 10]

Gutiérrez, F (1984). “Educación como praxis política”. México: Siglo XXI Editores

Lanz, P. (2007, febrero). El currículo oculto. Clases-talleres realizados en la materia Perspectiva del enfoque cualitativo. Ciudad Guayana: Universidad Nacional Experimental de Guayana.

Larrosa, J. (2000) Pedagogía profana. Estudios sobre lenguaje, subjetividad, formación. Argentina: Ediciones Novedades Educativas

Mélich, J. (1997). “Del extraño al cómplice. La educación en la vida cotidiana”. España: Anthropos.

Pourtois, J. y Desmet, H. (2006). La educación implícita. España: Editorial Popular.

Rodríguez, M. (S/R). Hacia una didáctica crítica. España: La Muralla

Tenti, E. (2002). Socialiación. [Artículo en línea]. Disponible:
http://www.iipe-buenosaires.org.ar/pdfs/socializacion3.pdf [Consulta: 2008, mayo 10]

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