viernes, 6 de junio de 2008

La supervivencia del sentido. Una herencia para la educación

Por: Nerliny Carucí*

“… Cada generación tiene que definir de nuevo la naturaleza,
la orientación y los objetivos de la educación
para asegurarse de que la generación siguiente
pueda disfrutar de la mayor libertad y racionalidad posible.
Esto obedece a que tanto las circunstancias
como los conocimientos de cada nueva generación
sufren cambios que imponen limitaciones y
proporcionan nuevas oportunidades a los maestros.
En este sentido, la educación se halla
en un continuo proceso de invención”.
Jerome Bruner

Anteriormente, el estudio de la lengua se circunscribía sólo al estudio de las formas, es decir, de los signos lingüísticos y su disposición. El objeto de estudio era la lengua (teoría del sistema abstracto) y no el habla (fenómenos concretos). Aunque hay que destacar que posteriormente hubo voces que proponían el estudio no sólo de las competencias y las formas, sino también de las actuaciones y las funciones. Benveniste (citado por Sánchez, s.f.) advertía que hay ciertos fenómenos de la lengua que no se podían explicar sino en el habla, en la lengua puesta en práctica, por lo cual no se podía hablar de una separación entre el sistema y su funcionamiento. Así se ponían como ejemplos los deícticos, que son elementos que hacen referencia a un momento, un lugar y una persona específicos. Si encontramos un papel en la mesa de nuestra oficina con la siguiente frase: “Regreso en diez minutos”, si no poseemos los datos de quién la escribió y cuándo la escribió, no vamos a poder comprenderla. De ahí que el significado depende en gran medida de la puesta en marcha de la competencia, ya que depende del contexto y de los conocimientos previos que se tengan sobre lo que se dice.
Sin embargo, a pesar de los avances en la lingüística de las funciones, aún seguía existiendo un divorcio entre las formas y las funciones. No fue sino hasta la década de los años 60, cuando comenzó una renovación en el campo de los estudios del lenguaje. Algunos investigadores se percataron de ciertos problemas lingüísticos que muy difícilmente podrían ser resueltos dentro del ámbito de la gramática. El filósofo Austin (ídem) descubre que el lenguaje sirve para llevar a cabo acciones que permiten modificar el entorno. Austin afirma que con un enunciado -el efecto de una oración más los significados añadidos (implicaturas) que se pueden extraer de la situación donde se enuncia esta oración- se puede no sólo transmitir una idea, sino también hacer una acción: mandar, rogar, acusar, afirmar. Su célebre frase expresa mejor esta idea de acción: “Decir es hacer algo”. Lo que se dice sirve para descubrir la intención del emisor y el significado de cada expresión para suscitar una conducta en el destinatario.
En el análisis pragmático hay dos tipos de significados. Uno, es el que se dice que equivale al contenido proposicional o ideacional del enunciado; el otro tiene que ver con lo que se comunica, con la fuerza ilocucionaria de lo que se transmite. Las palabras no son suficientes para la comunicación. Los seres humanos podemos jugar con las palabras y por eso es necesario el recurso extralingüístico. Claro siempre se parte de la materia prima que es la palabra, pero ésta se encuentra determinada por el contexto y la función o lo que Searle llamó la “fuerza ilocucionaria”. Según este investigador, se requieren condiciones para que los actos sean apropiados, por ejemplo, si se hace una pregunta es porque se sabe que el otro tiene la información que se le está solicitando. Y es así cómo algunos autores plantean dos principios esenciales de la Pragmática: 1) La función determina la forma y 2) el contexto determina el texto.
Justamente hablando de texto, quizá la máxima obra de arte del lenguaje es la comunicación, en sus distintas formas de expresión (oral, gestual o escrita), por su misma naturaleza son los mejores instrumentos con los cuales cuenta el docente para que sus discípulos aprendan y aprehendan el lenguaje, expresen sus sentimientos, pensamientos y necesidades, y puedan interactuar con el mundo que los rodea. A través de la enseñanza de la lectura y la escritura, los individuos pueden ir detectando las peculiaridades y problemas del lenguaje e ir favoreciendo su desarrollo intelectual, físico, social y emocional.
A pesar de que los estudios de la lengua estuvieron un poco divorciados de la dinámica de las actividades trabajadas por los maestros en el aula, se podría afirmar, sin lugar a dudas, que la búsqueda incesante de sentido (inclinación compartida entre la Lingüística y la Educación) ha permitido a los profesores iniciar la exploración de aptitudes e intereses de los estudiantes.
Cabe aclarar que en el caso de la Pragmática, ésta surge como una disciplina que viene a llenar los huecos que dejaba el estudio de la semántica. Con la pragmática se puede llegar a develar realidades que no están escritas ni dichas, pero que se pueden inferir a partir de la estructura semántica. La pragmática logra un equilibrio entre la forma lingüística y la comprensión del enunciado, o sea, lo que se quiere decir, o mejor aún, lo que se quiere hacer con ese enunciado, en tanto que se entienda que el lenguaje está destinado a provocar cambios en el otro. La mencionada ciencia estudia los signos lingüísticos sobre la base de la relación de sus intérpretes, pudiendo así ofrecer una mejor comprensión de la información que circula entre los hablantes.
Cuando los educadores propician situaciones para que los niños discutan cosas que los afectan y practiquen de forma placentera y espontánea el lenguaje, están ayudando a que los aprendices tomen conciencia sobre el uso que pueden hacer de sus sentidos para generar nuevos conocimientos del mundo. Con razón Montes (citada por Diéguez, 2002, s/p) afirma que “leer es construir sentidos. (Y) Construir sentidos nos hace humanos, o sea, rebeldes. Aunque muchas veces infructuosa esa apasionada persecución del sentido es nuestro sol. Lo que de veras no da calor y nos ilumina…”. Con la educación tenemos que afrontar los desafíos de la vida: el de encontrarle sentido a lo que vivimos, pensamos, sentimos y expresamos. Una frase de esas que ya no se sabe quién la dijo, sino que ha pasado a formar parte del repertorio popular encierra una sentencia: “el no aprender puede ser sinónimo de extinción”. Y es que el aprender es un aval de permanencia y supervivencia en la vida. Mantener francos tantos cauces de nuevos conocimientos y experiencias como sea posible para la formación de los estudiantes, permite que los alumnos se dediquen a lo que les gusta y consigan ir convirtiéndose en estudiantes autónomos, con sensibilidad, responsabilidad y voz propia.
Al igual que los estudiosos de la lengua han ido encontrando o sumando nuevas formas de analizar el lenguaje y el habla, para llenar los vacíos que dejaban las disciplinas ya existentes; en el campo de la enseñanza-aprendizaje de la lectura y la escritura se han podido ver saltos como las asunciones de nuevas concepciones sobre la forma de producirse el aprendizaje. Por ejemplo, no significa lo mismo creer que el aprendizaje es un proceso en el cual el ser humano está sometido a una serie de estímulos y que únicamente responde a ellos, que concebir el aprendizaje como un proceso que conlleva el individuo relacionándose con su contexto, expresándose críticamente y actuando de forma racional. El aprendizaje no sólo debe entenderse como un proceso de respuestas aprendidas (mecánico o por repetición), sino que debe pensarse como un proceso de encuentro, de crítica, pero sobre todo de cambio; donde el sujeto asume un rol activo transformador que implica la interacción entre el sujeto, los textos, y el mundo circundante. Este proceso permite que el individuo relacione lo “nuevo” con lo que ya conoce, dándole un nuevo significado.
De la postura que tome el maestro y/o alumno para fundamentar sus prácticas van a depender, en gran medida, las intervenciones pedagógicas, implementadas en estrategias didácticas en el aula de clases.
Para algunos investigadores eclécticos del fenómeno educativo (nosotros también compartimos esta visión), la educación además de fotocopiar, exagerar e incluso inmortalizar los males de la sociedad, también puede transformar. La educación puede convertirse en una especie de dinamita que se activaría mediante una revolución interna que propicie una nueva sociedad. Y ello no se puede lograr a menos que haya cambios en nuestras maneras de pensar y actuar. Particularmente, abogamos porque empecemos por dejar que sea nuestra búsqueda de sentido el volante de los procesos de aprendizaje -sean formales o no-. Un punto de partida podría ser que los docentes respondan a las nuevas concepciones y no se queden sólo con los conocimientos, sino que traten de aplicarlos en el aula, ofreciéndoles a los estudiantes la posibilidad de sobrevivir en un mundo que nos exige ser alfabetos: dominar el lenguaje, el conocimiento y el pensamiento para tomar decisiones acertadas, cuyas ejecuciones coadyuven al crecimiento personal e impulsen la participación en la esfera pública. Y allí es donde darle sentido a los textos y a los contextos representa una selección de la herencia de los estudios de la lengua: pensar lo que no ha sido pensado.
En los centros educativos, el sentido adquiere vital importancia, en especial, por cuanto los textos adquieren significación para el individuo al entrar en relación con sus conocimientos previos (Ausubel, citado por Falieris y Antolin, 2005); es decir, le otorga un nuevo significado. Así como en el campo de la Lingüística, la Pragmática y el paradigma Funcional Comunicativo tratan de llenar los vacíos dejados por el estudio de la mera gramática, en las áreas de la Lectura y la Escritura, los nuevos enfoques centrados en la elaboración de textos paralelos, cuya base sean las interpretaciones individuales; y la reelaboración de varios borradores antes de presentar una redacción final, partiendo de cuatro preguntas claves: ¿qué voy a escribir?, ¿a quién se lo voy a escribir?, ¿para qué se lo voy a escribir? y ¿cómo se lo voy a escribir?; son algunos de las nuevas apreciaciones que guían los procesos de enseñanza y aprendizaje de la lectura y la escritura.
La educación contribuye a este proceso de integración del aprendiz a valores como encontrar y dar sentido a lo que hace o recibe. Al mismo tiempo, un número significativo de posibilidades estaría relativamente abierto para garantizar que los estudiantes y los mismos maestros encontraran nuevas formas de concebir la praxis educativa y desarrollaran actividades innovadoras en el aula que aumenten las bases para tener ciudadanos educados con sentido.

*Periodista ULA-Táchira.
Estudiante de la Maestría en Ciencias de la Educación.
Mención Lectura y Escritura. UNEG.
Diciembre, 2007

Referencias
Diéguez, A. (2002). El lento proceso de la escritura. Proyecto transversal: Aprender a mirar con los ojos de Juan Miró. En: Lectura y Vida. Año 23, junio 2002, Nº 2.

Falieris, N. y Antolin, M (2005). Cómo mejorar el aprendizaje en el aula y poder evaluarlo. Serie: Para docentes de la enseñanza básica. Colombia: Cadiex Internacional.

Sánchez, I. (S/F). “Sesenta años en menos de sesenta minutos: La significación de la Pragmática en el curso de los estudios del lenguaje”. (Artículo de revista)

No hay comentarios: